miércoles, 30 de mayo de 2007

La pluma que sirve al fraude

Una convención que no existía. Un restaurante que nunca estuvo abierto. Una página web diseñada por la noche para engañar a un jefe. Nombres, cifras, datos, eventos, lugares inventados.

Lo que empezó con la invención de botellitas de alcohol falsas acabó por convertirse en uno de los escándalos más sonados del periodismo estadounidense, que tuvo repercusiones en todo el mundo. El protagonista de esta historia fue Stephen Glass, un joven y prometedor periodista que escribía para medios tan prestigiosos como The New Republic, Rolling Stone, o Harper's.

Durante años, se dedicó a inventar fascinantes historias que publicaba periódicamente en el diario. Historias basadas en la mentira que encantaban al público y a sus propios compañeros. Cuando la verdad fue descubierta en 1998 por Forbes.com, los responsables de The New Republic tuvieron que llevarse las manos a la cabeza: de los 41 artículos que había escrito para ellos, 27 estaban total o parcialmente inventados.

El precio de la verdad (Shattered Glass en inglés), recoge esta fascinante historia real que conmocionó las bases del periodismo en EE.UU. Esta brillante película de Billy Ray, estrenada en 2003 y protagonizada por Hayden Christensen, hay una multitud de cuestiones que harán recapacitar al espectador.





Además de lo que la cinta aporta como reflexión en torno a la ética periodística y a los procesos de revisión de textos, para nosotros, los "Enreda2", El precio de la verdad pone de manifiesto dos importantes aspectos relacionados con las nuevas tecnologías y el desarrollo de la información en la red en el ocaso del siglo XX:

Por un lado, se pone en entredicho la supuesta supremacía de la credibilidad de los medios tradicionales impresos frente a los nuevos periódicos digitales. En "El precio de la verdad" se muestra como una pequeña redacción digital, Forbes, consigue tirar por tierra la credibilidad de un gigante de la prensa estadounidense como The New Republic con un artículo publicado por Adam L. Penenberg en mayo de 1998. Y es un hecho destacable si tenemos en cuenta los bajos índices de desarrollo de la prensa digital en aquella época.




Su dedicación fue tal, que hasta dedicaron un especial donde aparecía la falsa página web creada por Glass para hacer creer a su jefe que Jukt Micronics existía en la realidad.



Otro de los aspectos que se pueden extraer de Shatered Glass es la potestad que hoy en día se confiere a buscadores como Yahoo! o Google. En el film, las sospechas del periodista de Forbes se desatan al no poder encontrar en estos buscadores la más mínima señal de vida de la empresa Yukt Micronics y sus representantes. Hoy en día, si no estás en Google, es que no existes. Es la gran autoridad de la red.

Pero el caso de Glass no es único: Jayson Blair, reportero del New York Times, plagió e inventó noticias que fueron publicadas durante seis meses de 2003. De la pluma de Blair salieron más de 30 reportajes falsos, en los que hablaba de viajes imaginarios que redactaba sin salir de casa. Se basaba en fotografías para describir paisajes en los que no había estado y plagiaba de bases de datos utilizando Internet.
También fue descubierta la mentira de la reportera Janet Cook. En 1981, esta periodista del Washington Post ganó el Pulitzer por el artículo "Jimmy's world", sobre un niño de 8 años adicto a la heroína por culpa del suministro de sus padres. Ese niño, sin embargo, nunca existió. Dos días después de recibir el galardón, la propia periodista reconoció el fraude y devolvió el premio.

Son muchos más los mentirosos que han utilizado la misma técnica: estos astutos timadores se sirven de un hábil manejo de las relaciones personales de la redacción para ganarse las simpatías de sus jefes y compañeros. A esto suman un manojo de buenas excusas y una pluma imaginativa y brillante que les va permitiendo salir del paso y, como a Janet Cooke,hasta ganar el premio Pulitzer.

Las tecnologías de la información (sobre todo después del auge de la Web 2.0) son una gran herramienta para cualquier periodista hoy en día. Sin embargo, hay algunos que deciden utilizar estas ventajas en detrimento de la profesión periodística. Un ordenador portátil y una buena conexión a Internet eran las herramientas que las que Stephen Glass y sus compañeros en el fraude se valían para fabricar sus mentiras.

¿Qué pudo llevar a un joven con talento y una prometedora carrera a cometer tal serie de atropellos a la profesión? Quizá un desmedido afán de protagonismo, las ansias de riqueza o fama que proporcionan un meteórico ascenso en un periódico de prestigio, o la aprobación de sus compañeros en la redacción, sumada a la presión ejercida por sus familiares. Pero ninguna excusa es suficiente. Como solía decirnos un sabio profesor en la facultad: “No hay que mentir ni en el color de los ojos”

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